En la Antártida, en la Isla Rey Jorge del archipiélago de las Shetland del Sur, me topé con una de las visiones más extrañas que podrían imaginarse en aquellas tierras extremas. Sobre una pequeña colina se alzaba una iglesia diminuta, toda hecha de madera, allí donde el árbol más cercano puede distar cuanto menos dos mil kilómetros. Atraído por aquel espejismo, caminé colina arriba, subí los crujientes escalones que le daban acceso y me quité uno de los guantes para llamar a la puerta con los nudillos. Para mi sorpresa, enseguida se oyó el arrastrar de una silla y unos segundos más tarde la puerta se abrió como si alguien hubiera estado esperando esta visita imposible. Cegado por el golpe de luz del exterior, apareció un rostro sonriente que con amabilidad me invitó a pasar al cálido interior.
Así fue como conocí a Sophrony Kirilov, un monje ruso-ortodoxo de 32 años, que cumplía por aquellos días sus primeros seis meses de vida y soledad en la Antártida. Me saludó cordialmente en un español lleno de escollos en su pronunciación pero preciso en su composición, aprendido pacientemente con la única ayuda de unos libros y unas cintas de casete que había traído en el equipaje desde su Rusia natal. Su tiempo en la soledad de la isla Rey Jorge lo había invertido en aprender idiomas para poder comunicarse con los habitantes de algunas de las bases polares que quedaban dentro de su horizonte visual: Argentina, Chile, China y, la suya propia, Rusia. Todo un entramado de bases científicas bajo el que se ocultaba otro aún más complejo de reclamaciones de soberanía y de posicionamiento sobre los recursos naturales del futuro. De hecho, aquella isla helada a la que denominábamos Rey Jorge (según la nombraban en Chile), en Argentina se llama “25 de mayo”, pero para Rusia es la isla de Waterloo. Demasiadas desavenencias para un lugar tan remoto y deshabitado. Una evidencia de la tensión invisible que subyace en el único continente desmilitarizado de nuestro planeta. Es como si este 90 % de superficie helada hubiera congelado -que no detenido- los conflictos internacionales en este territorio.
Y en medio de todo aquello, rodeado de pingüinos y de elefantes marinos, Sophrony Kirilov y su iglesia ortodoxa de la Santísima Trinidad (Церковь Святой Троицы). El templo fue diseñado y construido con madera de abeto siberiano en las montañas de Altái, en Siberia, desmontado pieza a pieza y vuelto a ensamblar en esta colina frente a la Bahía Maxwell, en el entorno de la base antártica rusa Bellingshausen. La estructura de madera fue anclada a las rocas con cadenas para afrontar los fuertes vientos polares del invierno. Sus puertas se abrieron al culto por primera vez en mayo de 2004 y desde entonces invitan a entrar a cualquier persona que necesite acercarse a Dios, sin importar qué religión profese. Así se lo hice saber a mi abuela, andaluza y nonagenaria, cuando le entregué meses más tarde una imagen de Cristo que Sophrony me dio para ella. Católica apostólica, entendió que ese era su mismo Dios y así lo incorporó para siempre, en igualdad de condiciones, a su pequeño altar íntimo.
Sophrony Kirilov vive unos metros más allá, en un oxidado contenedor marino de color rojo, que corona una colina cercana. Aquí ha encontrado la paz, tan ansiada. Una pareja de Skuas (un ave mitad gaviota mitad águila) le hace permanente compañía. Sophrony habla con ellos, aunque no puedo saber en qué idioma. Porque, ¿de qué nacionalidad son esos skuas?
Seis años después de haberlo conocido volví a encontrarme con él en las páginas de un diario internacional. En la breve entrevista que le realizaban para una agencia de noticias contaba que unos meses más tarde regresaría con su familia a Rusia. Eran las mismas palabras que me dijo en aquella ocasión, cuando aún casi se estrenaba como monje antártico. Habían pasado entre ambos momentos seis años y aún podía verse ese brillo de ilusión infantil en el rostro que mostraba en la fotografía.
Interesante historia, mi pregunta es : Y porque una iglesia y para colmo ortodoxa en un lugar tan remoto, quien animó a esta idea tan original y trabajosa de todo su ensamblaje?.
En la Antártida hay varias iglesias de confesiones diferentes. Esta es, hasta donde yo sé, la más bella y original. Un saludo y gracias por seguir el blog!
Excelente reportaje querido amigo! Las fotografías además de la calidad a la cual siempre nos tienes acostumbrados, penetran en la esencia de cada espacio o individuo registrado. Sinceramente, me ha encantado este trabajo! En lo adelante voy a seguir este blog!!!! Un Saludo, Dany ( ex-miembro F8)
Gracias, Dany! Un fuerte abrazo!