Goya, Doñana y el enigma de Alba

Por Héctor Garrido

Autoretrato de Francisco de Goya en la
época en que conoció a Cayetana de Alba
En muchas de las grandes pinacotecas del mundo se exhiben cuadros que ocultan mensajes codificados. Y es que muchos artistas han incluido desde siempre pensamientos en clave que, en muchos casos, pueden llegar a pasar desapercibidos para los que no son el destinatario original. En ocasiones, con el paso del tiempo, son descubiertos y se convierten en fuente constante de análisis y controversia en torno a su significado. 
A lo largo de la historia muchos maestros de la pintura (y de otras artes, claro está) han utilizado la simbología oculta para poder expresar opiniones a contracorriente, creencias prohibidas, amores inconfesables e incluso para satirizar con sutileza a personajes ilustres. Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Rafael, Verrocchio, Botticelli, el Bosco o el Greco, entre muchos otros, han utilizado sus propias obras para expresar estos pensamientos públicamente inconfesables.
Cuando se conocen los códigos, resolver el significado es casi un juego, una suerte de jeroglífico que a veces nos lleva a respuestas sorpresivas. Por contra, en muchas ocasiones es imposible llegar a conocer el verdadero significado del mensaje oculto sin manejar los códigos originales, pudiendo hacer sólo conjeturas que pueden llevarnos a respuestas muy alejadas del mensaje original.
Algunos autores utilizaron esta técnica como una constante en buena parte de sus obras, con el fin de reprentar mensajes universalizadores, habitualmente de tipo aleccionador o religioso. El Greco es un buen ejemplo de ello. A veces sus cuadros son una composición de elementos con significado propio, que en suma contienen de forma jeroglífica la expresión del orden jerárquico de los conceptos representados.
A partir del Renacimiento muchos autores comienzan a utilizar los códigos ideográficos para  otros usos que no tienen por qué ser el religioso, como plantear reflexiones personales alrededor de símbolos por todos conocidos. Leonardo da Vinci también fue maestro en este arte. Y así pobló muchas de sus obras con detalles que sugieren significados nuevos y algunos incluso no bien conocidos aún hoy. Los códigos usados pueden ser diversos, pero hay algunos que quizás sólo eran conocidos por él y la persona de destino, caso de que la hubiera. 
Mucho se ha escrito y discutido alrededor de la mirada de la Gioconda, pero quizás Leonardo en su obra oculta misterios aún sin resolver que merecen tanta o más atención, porque sus respuestas probablemente deban ser fascinantes, si pudiéramos llegar a ellas. ¿Por qué el jilguero que el niño de la Madonna Litta tiene entre las manos está como escondido, oculto?¿Por qué el ángel de la Virgen de las Rocas señala a San Juan Bautista, en lugar de a Jesús?¿Qué señala San Juan Bautista con su índice dirigido hacia arriba? Y, sobre todo, ¿qué mensaje transmite Baco señalando hacia su izquierda con su mano derecha y hacia el suelo con su mano izquierda?
Izq: San Juan Bautista, de Leonardo da Vinci, h 1508-1513, Museo del Louvre, paris.
Der: Baco, atrib. Leonardo da Vinci, h 1510-1515. Museo del Louvre, Paris
Y es que la señal del dedo índice en el retrato tiene una fuerza dificilmente alcanzable con otros gestos. Y a veces, siguiendo el gesto podemos descubrir fascinantes historias, porque su presencia nunca es casual. Francisco de Goya lo usó en algunas de sus obras en lo que parece que son demostraciones codificadas de sentimientos personales.
GOYA EN DOÑANA

Hubo un suceso en la vida de Francisco de Goya que le marcó profundamente, hasta el punto de que buena parte de su vida y obra posterior sufrió de su influencia. Se trata de un capítulo no muy bien conocido, que transcurrió durante la primavera de 1797 en el Palacio de Doñana. Según los testimonios que se conservan, Goya paso un tiempo de retiro entre Doñana y Sanlúcar de Barrameda, invitado por la dueña del Palacio, Doña Cayetana de Silva, Duquesa de Alba.

Cayetana de Silva, Duquesa de Alba. por Francisco de Goya, 1797.
Hispanic Society of America, Nueva York.

Doña Cayetana, mecenas de Goya, había traspasado la barrera de los treinta y acababa de quedar viuda apenas un año antes. La falta de descendencia significó una tragedia, ya que ostentaba cincuenta y seis títulos nobiliarios que quedaban sin heredero. Curiosamente al final de su vida adoptó a una niña negra, de nombre María de la Luz (Goya la dibujó con ella en brazos en uno de sus ábumes de Sanlúcar), aunque sus títulos nobiliarios nunca recayeron en la pequeña Mari Luz y regresaron a sus familias troncales.

La belleza de doña Cayetana era célebre -la Nueva Venus de España, como la nombró algún poeta-  así como su formación intelectual, acorde al Siglo de las Luces que les tocó vivir. Durante aquel encuentro, y en los días que hubo en torno a él en Sanlúcar de Barrameda, Goya pintó y tomó muchos apuntes de la Duquesa, que se conservan aún hoy en sus cuadernos. Y de aquella época data un enigmático retrato de cuerpo entero en el que ella posa en un paisaje que muchos coinciden en señalar como alguna zona en torno al Palacio de Doñana (Hoy Parque Nacional de Doñana, en Huelva, España). Algo diferente debió ocurrir aquel día en que Cayetana posó para Goya, ya que el retrato continene una serie de detalles misteriosos que, a todas luces, podrían ser mensajes cifrados. 
Una visión general de la obra no desvelará nada especial, más allá del curioso paisaje de fondo en el que se observan unas mogeas de árboles y un pino aislado, como vencido. Ciertamente es un ambiente que podría recordar a algunos rincones de Doñana próximos al Palacio donde se alojaban. En el centro de la imagen, la duquesa posa en una curiosa actitud que lleva inevitablemente al observador a fijar su vista en un detalle colocado estratégicamente en el centro de la imagen: su mano derecha con el índice extendido. Y acercándose a ella, podrá observarse que porta dos anillos. Uno de ellos grande y vistoso, en el dedo corazón, que lleva la inscripción tallada de su ducado: “Alba”. El otro, que casi pasa desapercibido, ya que es mucho menor y de un dorado apagado, también contiene una inscripción, aunque más difícilmente legible: “Goya”.
Pero hay más. El anillo que lleva tallado el nombre del pintor está en el dedo índice, en lugar de estar en cualquiera de los dedos donde sería más lógico encontrarlo (el anular, sin ir más lejos, que queda vacío). Y el índice, cumpliendo la función que le da nombre está indicando algo, en este caso directamente hacia el suelo. Y siguiendo su indicación llegaremos a la arena que se extiende ante los zapatos de la Duquesa. Y allí hallamos unos garabatos, como si alguien hubiera hecho unos dibujos sin mucho tino, sobre la superficie de la arena. Pero recordemos que hablamos del gran maestro Francisco de Goya: nada en su pintura debe ser casual. Así que, intuyendo que la persona que debió garabatear en el suelo fue la propia Duquesa, giraremos la cabeza para poder ver el dibujo desde su posición, como si hubieran sido dibujados por ese mismo dedo que los señala. Y de pronto los garabatos cobrarán sentido y podremos leer una frase compuesta con sólo dos palabras, pero cargadas de un contundente significado, si han sido escritas por la Duquesa: “Solo Goya”.
Pero no sabemos nada más. ¿Qué es lo que sólo Goya podía hacer? ¿Quizás era el único que la podía pintar? Es una opción razonable, tras dos meses de convivencia en Sanlúcar de Barrameda y el Palacio, podrían haber sellado algún pacto secreto entre ambos. ¿O quizás se trata de un expresión de amor? ¿Correspondida? Probablemente nunca lo sabremos. Si parece cierto que Goya, que comenzaba a sufrir la gravedad de su sordera, precisaba expresarse por nuevas vías, exploraba nuevos recursos.
La Duquesa de Alba de Blanco, 1795
Palacio de Liria, Madrid
Cabe la posibilidad de que la obra pudiera ser una forma evolucionada a partir de otra obra similar, realizada dos años antes y que representa a la Duquesa vestida de blanco (aún no era viuda), en un paisaje ligeramente parecido, junto a un perrito. Su mano señala también con el dedo índice, pero de un modo poco enérgico, hacia un punto que se sitúa fuera del cuadro. Bajo la mano se lee la dedicatoria: “A la Duquesa de Alba, Frº de Goya 1795”. Quizás, durante la estancia en Doñana ella le pidió que repitiera la pintura primera y trabajaron juntos ese proyecto que, de ser así, era un poco de ambos.
A pesar de que muchos autores han escrito sobre el enigma del cuadro de la Duquesa de negro, atribuyéndolo a un romance entre el pintor y la modelo, hay muy pocos datos reales que señalen una posible relación amorosa entre ellos. Muchos apuntes en los conocidos como Cuadernos de Sanlúcar (Álbumes A y B), registran diversas figuras femeninas, reconociéndose en muchas de ellas a la Duquesa de Alba, a veces en actitud claramente sensual. Pero quizás todo se reducía a un desmesurado amor platónico del pintor por su mecenas y modelo. Una frase recogida en una de las cartas que Goya escribe a Martín Zapater en agosto de 1794, reza así, refiriéndose a la de Alba, cuando ella le pidió por vez primera que le pintara el rostro: “me gusta mas que pintar en lienzo”.
Pero definitivamente el significado real de la simbología representada en el cuadro de la Dama de Negro, sólo Goya y la Duquesa lo conocieron. Apenas cinco años después de ser retratada en aquel ambiente tan especial, la Duquesa falleció repentinamente de unas fiebres.
En el tiempo que se pintó el cuadro, durante el año 1797, a la Duquesa de Alba le tocó redactar su testamento. Dejó repartida una pequeña parte de su fortuna entre personas de pocos recursos. Su ahijada Mari Luz se vio beneficiada de ello. También dejó 10 reales diarios de por vida a Javier Goya, hijo del pintor.
Hoy, el cuadro la Dama de Negro se exhibe en la Hispanic Society of America de Nueva York, adonde llegó tras pasar por diferentes colecciones. Pero por mucho tiempo, hasta que le venció la muerte, Francisco de Goya lo conservó junto a él, en su casa. Nunca se desprendió de cuadro de la Duquesa de Negro.
Diversos dibujos de Francisco de Goya cuyo personaje central es (o podría ser en algún caso) la Duquesa de Alba.

Enlaces en la red:

Barbozagrasa

Enlaces para observar con detalle algunas de las obras citadas:
Y si has llegado hasta aquí leyendo, creo que me puedo permitir sugerir que dediques un poco de tiempo a esta sublime obra recientemente atribuida a Leonardo da Vinci, en la que la sensualidad y el misterio se dan la mano, ¿Por qué, teniendo ese denso mantón rojo, María Magdalena se intenta cubrir el cuerpo desnudo con ese velo translúcido que no oculta nada?
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